Es un tintero lleno de preguntas que aguardan impacientes
La escritura precisa,
Esa que detalle el terso trazo de sus líneas
Convertidas en un inexacto poema,
Incógnita de la razón.
Es un ramillete de soledades
Que florecen mientras la espera se derrama
En una tarde lluviosa
Que imperiosa exige
El arribo de un desorientado corazón.
Es un manojo de posibilidades perdidas,
Al abanico que mece los miedos del hombre
Al compas de una frase que se esconde
Cuando nos niega un beso que reconforte
La angustia de sentirnos cada vez más viejos,
Más cercanos al hambre eterna
Que al devoramiento de la pasión.
Es un camino sinuoso cuesta arriba,
La mano que conduce a ciegas
Sin percatarse cuál es el sentido de la vida
Si en ella no transita la cordura;
Es la carreta que en su carga lleva
La inocencia de la derrota,
La pereza de la tarde
Que se esconde tras un manto fino
Llamado desilusión.
Es un reloj sin manecillas
Que en instantes juega a convertirse en eternidad;
Es la gota líquida del tiempo que se escurre
Entre las sábanas de una cama no compartida,
En el cronómetro que es la prisa de la vida
Que se diluye en un amanecer redondo;
Es el insomnio puro del guerrero
Que no atina nunca a dar con su flecha certera
A ese blanco llamado corazón.
Es, sin más y sin menos,
La medida justa de nuestras ausencias,
El tamaño exacto de nuestros deseos insatisfechos,
La porción precisa que saciaría nuestra hambre,
El libro abierto que no dice nada
Pero que espera a que nuestra mano se decida
A escribir con nuestras palabras,
Nuestras miradas y nuestros secretos
Un texto grabado a fuego,
Donde sea ella,
La Mujer,
La principal protagonista
De esas tristes historias
Que escribimos cuando nos devora la nostalgia;
Sustancia femenina de esa sombra
Que se escurre por debajo de las puertas,
Que se acurruca sigilosa dentro de nuestra almohada
Y que eterniza los sueños y quimeras
De quienes, por ellas,
Nos negamos eternamente a renunciar…
Javier Ruiz Paredes
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