miércoles, 8 de diciembre de 2010

Mirando las ruedas... John Lennon



La vida empieza a los cuarenta.
La edad es sólo un estado mental.
Si eso es cierto,
Tú sabes, he estado muerto por treinta y nueve.
John Lennon




Era junio…

A los doce años de edad arrancábamos la década de los ochenta saltando de golpe y porrazo por la puerta de la escuela primaria, aún vestidos con la ropa de gala necesaria para el tradicional vals de graduación, al ritmo de la famosa Marcha de Aída cuya pomposidad majestuosa le caía bien a ese primer “gran logro” académico de miles de niños que como tú y yo, crecimos con la frente y el rostro de cara al sol, desbordando la infancia por las calles sin miedos ni temores, siempre cobijados por esa entrañable y casi extinta vecindad de otros con los que compartíamos la misma cuadra, quizá la misma escuela, y por qué no, hasta los mismos gustos y predilecciones.

En junio de 1980 terminamos con el ritual sagrado de los pañuelitos cosidos en el suéter y chalecos, el moño blanco en el pelo para el caso de las niñas, y de un portentoso salto nos trasladábamos a unas vacaciones que simplemente serían el preámbulo pertinente, necesario para ganarle uno o dos centímetros más al cuerpo y así parecer lo suficientemente grandes y no pasar por “mocosos” en la que pronto sería nuestra nueva escuela: la secundaria.

Recuerdo con claridad que mucho de lo que éramos en ese entonces lo definían cosas sencillas, no tan complejas, mucho menos pensadas a partir de lo que poseías, si bien al menos en nuestra secundaria esa especie de competencia por lo que estaba de moda de repente marcaba claras diferencias entre unos cuantos y otros muchos; así, no era lo mismo para algunos acudir a la escuela con tu uniforme de educación física sin llevar, por ejemplo, los tenis de marca importada, llámense nike, converse, NBA, por citar unas cuantas marcas muy valoradas en aquellas épocas. Porque si alguien los poseía era signo distintivo de que había ido a Estados Unidos, o simplemente tenía familiares con los cuales resultaba fácil conseguirlos. Pero lo complicado en verdad estaba en “engañar” o “convencer al maestro de Educación Física en la secundaria N° 71 “Narciso Bassols”, Rufino Celedonio Evangelio Luna –sí, en verdad así se llama- de que esas franjitas de color azul que se veían en los tenis no eran realmente importantes al menos para nosotros, porque a él sí que le afectaban y las consideraba como factor para quitarnos puntos en la evaluación o simplemente no permitirnos participar en la clase, a grado tal que recuerdo haber visto muchos pares de tenis con sendas tiras de cinta adhesiva blanca que ocultaban esa otra tira plástica de color que era signo de lujo, distinción y clase. Hace cerca de 20 años, cuando se dio un extraordinario movimiento democrático magisterial en el Distrito Federal, recuerdo haberme encontrado en un pleno de maestros democráticos a ese profesor de Educación Física, morral al hombro, el rostro anguloso y enrojecido de tanto caminar por la calle gritando su consigna. Ahí me acerqué a él y le saludé con gusto, pero él con sorpresa me preguntó de dónde le conocía. Al saber que yo era maestro y que había sido alumno suyo en la Secundaria 71, sorprendido me dijo: -“No pensé que alguien de ahí hubiera decidido estudiar para ser maestro”. Como podrás darte cuenta, las diferencias sociales existían, por muy sutiles que fueran. Quizá lo que ocurría es que nuestras mentes no le daban tanto peso a esas cosas en aquellos años, o tal vez la ingenuidad de la época aún nos permitía vernos iguales, aunque para algunos no lo fuéramos del todo…

Pero esa ingenuidad no duraría mucho tiempo…

Recuerdo que la década arrancó con un año de pérdidas y adaptaciones a mundos de exigencias distintas, y hubo algunos a quienes esas normas distintas les pesaron más que a otros… En aquel año de inicio del nuevo ritual académico y social, en los pequeños recesos y momentos de cambio de profesor algunos de nuestros compañeros –recuerdo a uno de ellos, César Hebert, a quien le decían extrañamente el Garipollo- solían bromear con las voces de un viejo programa de televisión, nuevo en ese entonces, llamado La Matraca, donde un personaje gordo hablaba como “fresa” y usaba lentes oscuros muy al estilo new wave, mientras invitaba a las nenas a bailar con él al ritmo del “Rock de la Langosta” de The B-52´s . Y mientras yo lo veía divertido y sonriente, en mis adentros me preguntaba si alguno de los que compartían el salón conmigo también tendría el gusto por escuchar la música de los Beatles con la que crecí escuchándolos en Radio Éxitos, vieja estación de am. Sí, de am. Porque en aquéllas épocas el FM estaba en pleno nacimiento, los radios aún eran de transistores y comenzaba el auge de las enormes radio-grabadoras de cassette. 6 meses más tarde, un día 8 de diciembre, lunes si no mal recuerdo porque estaba viendo por canal cinco el partido de futbol americano tradicional de la noche, la década marcó, por paradójico que suene, el fin de una era con el asesinato brutal de John Lennon…

Curioso. Justamente Lennon venía de un largo ayuno musical de años que decidió terminar después de haber escuchado un disco, pero sobre todo, una canción: Rock lobster, de The B-52´s. Seguramente hoy, los niños de aquellos años que somos los adultos de ahora, sonreímos melancólicos cuando escuchamos esta canción que estuvo de moda en aquellos años de infancia. Yo simplemente prefiero guardar, de vez en cuando, algún par de lágrimas después de escuchar Imagine, que por cierto fue elegida en el año dos mil como la mejor canción del siglo pasado. Hay cosas que definen generaciones, pero yo me inclino más por aquellas otras que ratifican la sensación de que he vivido a veces de manera intemporal, y cuando esto ocurre me imagino atravesando en sueños aquellas calles de infancia, visitando los mismos parques, jugando y diciendo las mismas tonterías propias de los adolescentes que seguramente también dijiste tú, pero también ejerciendo mi pleno derecho onírico a ponerle a esos días la música que más se me antoje, tal y como lo hicimos al día siguiente de la pérdida de John en el taller de Dibujo Técnico. Esa mañana la maestra no llegó a clase, y estuvimos las dos horas del taller enfrascados en demostrarnos quién sabía más canciones de ellos. Debo admitirlo: el asunto degeneró en relajo, las letras se distorsionaron a grado tal que un chico llamado Leopoldo, subió al escritorio de la maestra y usando la famosa “regla T” en mano a manera de requinto desplegó con toda su potencia el famoso fraseo de “She loves you, yeah, yeah, yeah”, mientras el infernal coro de inadaptados del taller entre los cuales me incluía yo repetíamos hasta la saciedad, como tratando de establecer un código visible de algo que no entendíamos bien a bien, pero que intuíamos que cuando creciéramos podríamos decir: “eso a mí me toco vivirlo”… Era algo curioso darnos cuenta de que hay canciones que hermanan, porque detrás de ellas hay sentimientos universales que ni las diferencias sociales, ni la calle o colonia dónde vivas los podrán ocultar… A fin de cuentas, la vida es como los mismos Beatles sentenciaron: “El amor que recibes es igual al amor que das”. Porque en aquellos años, el amor también hizo acto de aparición en mil y un formas que después de tantos años no podemos olvidar…

Hoy, a mis cuarenta y dos años de edad, domesticado el salvajismo inconforme propio de mi adolescencia perdida, quiero imaginarme sentado al lado de John, reflexionando en silencio, fumando ambos con parsimonia un cigarrillo gitane, los favoritos de él, mirando el devenir de este mundo caótico mientras escuchamos en el fondo de la inmensa avenida que son los años vividos una melodía que hoy pareciera estar hecha a la medida de aquellos que alguna vez, como yo, pensamos que la música podría cambiar en algo nuestra manera de vivir… y que también reconocemos que un trozo gigante de esa esperanza se diluyó aquella noche de diciembre de 1980, para llevarnos así, sin advertencia previa, sin anestesia, a descubrir que efectivamente, el sueño había terminado.

Gracias John.
Diciembre 08, 2010.

J.R.P.


La gente dice que estoy loco haciendo lo que hago.
Bien, me han dado toda clase de advertencias
Para salvarme de la ruina.
Cuando digo que me encuentro bien
Ellos me miran con extrañeza.
"Seguramente no eres feliz ahora que no juegas más el juego"

La gente dice que soy un holgazán
Llevando mi vida entre sueños.
Bien, me han dado toda clase de consejos
Diseñados para "iluminarme".
Yo les digo que hago bien
Al mirar las sombras en el muro.
"No pierdas el gran tiempo, muchacho
No siempre serás fuerte".

Sólo estoy parado aquí
Mirando las ruedas girar y girar.
Realmente me encanta ver sus giros.
No mas viajes en el "Trenecito de la felicidad".
Simplemente ya lo dejé ir.

La gente hace preguntas;
Se pierde en la confusión
De acuerdo, yo les digo "No hay problema.
Sólo soluciones"
Ellos sacuden sus cabezas
Y me miran como si hubiese perdido la cordura y la razón.
Yo les digo "No hay prisa.
Sólo estoy parado aquí haciendo tiempo"

Sólo estoy parado aquí
Mirando las ruedas girar y girar.
Realmente me encanta ver sus giros.
No más viajes en "El trenecito de la felicidad"
Simplemente ya lo dejé ir.
Simplemente ya lo dejé ir.
Simplemente ya lo dejé ir.


John Lennon
“Double Fantasy”, 1980.