jueves, 4 de noviembre de 2010

cinema paradiso

Navegar en el mar...

Resulta incomprensible navegar en el mar de las pérdidas profundas y no hallar ahí, en medio del vasto silencio que se agranda, una tabla a la cual sujetarnos, náufragos que somos  de afectos, de rostros que se pierden en el adiós y  que no regresarán, lamentablemente, jamás… Cientos de marineros y sirenas han sucumbido ante las olas del recuerdo, e incapaces de leer los signos de los mares han quedado convertidos sin remedio en gotas saladas que, por extraño que parezca, nunca se cansan de caer en esas noches tormentosas a manera de una extraña mezcla de lluvia y llanto que se derrama sin cesar.
Esta noche de insomnios incomprensibles, he querido tejer con mis palabras una balsa hecha de recuerdos sólo para ti; lo único que hace falta es que antes de abordarla te despojes por última vez de esos lastres innecesarios que son los arrepentimientos, los deseos incumplidos y  las sensaciones de haber quedado en deuda con alguien, quizás muchos, de todos aquellos  que en este crucero vertiginoso que es la vida nos acompañaron y de tiempo atrás ya no están…
No basta con poseer la balsa, abordarla y remar; en las horas nocturnas la oscuridad nos devora, ahuyenta la luz de la razón y nos hace sentir el peso de un fardo llamado realidad. Sea pues, elijamos bien el faro que sólo por hoy habrá de centellear en el horizonte, para guiarnos hasta esa playa arenosa en la que seguramente los recuerdos gratos nos esperan, nos regocijan y nos dejan en los labios una sonrisa fresca que conjura olvidos y en su lugar dispone sonrisas, tal vez besos, aquellas tiernas palabras que aún en la Ausencia siempre nos llenan los oídos con voces que creímos no volveríamos a escuchar. ¿Qué tal una vela encendida para esta noche  navegable en el mar de lo que se añora? Tal vez no llevas fósforos, pero eso no es tan trascendental. Hoy derrocarás el gélido sentido de la indiferencia cotidiana y sumarás quimeras que lentamente se transformarán en el cálido recuerdo de aquellos y aquellas que, ¿no te habías dado cuenta? , siempre te han esperado para amainar tu soledad… Esta noche el calor que se perpetúa en tu memoria será fuego que encienda tu vela, candente metáfora de un par de almas que siempre brillarán para ti aún en las peores noches de soledad.
Un buen navegante requiere mapas celestes que le orienten a encontrar su Norte, porque brújula no hace falta: está bien dispuesta ahí, justo en el espacio preciso que ocupa el corazón. Ahora, será preciso desplegar cada centímetro de tu piel, tenderla ahí al pie de la balsa y dejar que cada poro se convierta en una coordenada exacta que nos permita ubicar en qué parte de nuestro cuerpo se encuentran aquellas sensaciones extraviadas:
El primer día en que sentiste el calor de los labios de tu madre cuando recién nacida juró que te cuidaría como nadie lo podría hacer jamás; la mano firme de él, tu padre, cuando en una tarde verano te hizo brincar los charcos y quitarte el miedo mientras veías a tus escasos cinco años que aquellos días eran plenos, llenos de sol y lluvia, azules y frescos como el  parque donde el solía llevarte a pasear.
O tal vez, ese sentimiento de complicidad que siempre se tiene con una hermana que, indiscretamente algo escucha, pero que al verte tan radiante simplemente sonríe mientras con la mirada te dice que sabe TU secreto y a la vez te promete que sabrá guardarlo para toda la eternidad; la misma que comprende tu silencio, y que aunque no lo diga, sufre cada rompimiento como si fuera suyo y se dispone a escuchar la triste melodía que siempre oyes cuando te inundan las ganas de llorar; sí, la misma que comparte contigo algunas prendas, después del infaltable enojo porque tal vez usaste algo de ella sin permiso y después olvidaste dejarlo en su lugar …
Una vez ubicados estos puntos de tu geografía emocional, simplemente cierra los ojos, rema lentamente, no corras prisa, y deja que la barca de este sueño sea guiada suavemente por cada latido de tu corazón… No importan las mareas despiadadas, tu vela es inagotable, lo único que debes hacer es no llorar para no apagarla, además de leer con la palma de tu mano hacia dónde corre esta noche el viento, porque hoy dejará de ser calamidad para convertirse en remero infatigable que no descansará hasta llevarte a buen puerto, a esa playa donde es preciso llegar.

Aún no amanece, en lontananza el cielo y el mar se funden y el agua de este último moja tus pies descalzos, porque al fin has llegado; la balsa ha varado y tú  desciendes y caminas con tu vela incandescente hasta llegar a esa roca en la que extrañamente un par de gaviotas albas han anidado, como quien rechaza vivir en el  acantilado porque simboliza el precipicio y la caída de los tiempos que sepultan en el olvido los nombres y los días, los sitios y las cosas, el consuelo y la esperanza de saber que el mundo es más ancho y que llega más, mucho más allá de lo que profetas y sabios nos quieren hacer creer como si fuera la Única verdad…
Ya comienza e despuntar el sol. Ahora, ya puedes apagar la vela, porque su magia ha perdido razón de ser y la luz y el calor realmente necesarios ya los llevas dentro, están tatuados a fuego en tu alma y tu memoria y son huella indeleble que muestra sin pudor que amaste y fuiste amada por un amoroso padre y una alegre madre que  de pronto despliegan las alas y se elevan dichosos, porque al fin has comprendido que la vida nunca termina, que lo único que cambian son los sitios pero siempre hay un trazo en el destino que a todos nos reúne y nos convoca, tarde o temprano, siempre en la misma playa, con el alma humedecida por la brisa marina y la cara luminosa mirando sonriente de cara al sol …

El sueño está a punto de terminar…
Antes de que esto ocurra y resulte inevitable el regreso, lanza tu red de magia danzante  y atrapa con ella una hermosa estrella de mar; después, busca una imaginaria flor marina y llévala entre tus manos hasta aquella roca en la que había dos gaviotas misteriosas que nunca se marcharon porque supieron que tú ibas a llegar. Ahí, coloca una sencilla ofrenda: Una estrella de buena suerte que sea signo inequívoco de que aún en las complejidades de la vida, siempre existen cinco caminos que se abren a quien los quiera tomar; una flor marina que nos revele que la vida es un aroma tenue que siempre podremos respirar. Ah… por último, una caracola de mar. Esa no la pongas  en la ofrenda, llévala contigo y colócala  a escondidas debajo de tu almohada como si fuera aquel viejo secreto escrito en una carta que seguramente has de haber olvidado ya. Cuando sientas ganas de platicar con él o con ella, pégala muy bien a tu pecho, porque tu corazón sabrá decir con el ritmo de cada uno de sus latidos lo que hay dentro de ti: la alegría de saberte dichosa por tener confianza en un amor a quien esperar; el enfado por dos hijos que cuesta mucho trabajo educar; la soledad compleja de una mujer que a veces de tanto y tanto ni siquiera tiene tiempo de sentarse a  respirar. Si así lo  haces ellos –tu padre y tu madre-  te podrán escuchar. Entonces, sólo entonces, a la noche siguiente coloca la caracola en tu oído, bien pegadita y podrás claramente la respuesta escuchar: En ese vaivén rumoroso del sonido de la caracola está el eco inagotable de un profundo amor perenne –el de ella y él- ; es la reafirmación de que no importan las distancias ni los mares o montañas como tampoco los desiertos de arena y los desiertos del alma: siempre hay alguien que nos escucha, que nos cuida y reconforta, que habita en los indescifrables misterios intangibles de la vida que se transforma, pero que nunca termina, porque terminar sería aceptar que no hay nada ni nadie mas allá…
La próxima vez que vayas a la playa, piensa en traerme una caracola marina, porque también como tú me he sentido solo y con ganas de llorar…

Javier Ruiz Paredes